Lo que demandaban los huelguistas era lo siguiente:
§ Aceptar
que mientras se supriman las fichas y se emita dinero sencillo cada Oficina
representada y suscrita por su Gerente respectivo reciba las de otra Oficina y
de ella misma a la par.
§ Pago de
los jornales a razón de un cambio fijo de 18 peniques. Libertad de comercio en
la Oficina en forma amplia y absoluta.
§ Cierre
general con reja de fierro de todos los cachuchos y chulladores de las Oficinas
Salitreras.
§ En cada
oficina habrá una balanza y una vara al lado afuera de la pulpería y tienda
para confrontar pesos y medidas.
§ Conceder
local gratuito para fundar escuelas nocturnas para obreros, siempre que algunos
de ellos lo pida con tal objeto.
§ Que el
Administrador no pueda hacer arrojar a la rampa el caliche decomisado y
aprovecharlo después en los cachuchos.
§ Que el
Administrador ni ningún empleado de la Oficina pueda despedir a los obreros que
han tomado parte en el presente movimiento, ni a los jefes, sin un desahucio de
2 a 3 meses, o una indemnización en cambio de 300 a 500 pesos.
§ Que en el
futuro sea obligatorio para obreros y patrones un desahucio de 15 días cuando
se ponga término al contrato.
El 16 de diciembre, miles de trabajadores
en paro llegaron a la ciudad de Iquique, respaldando las demandas de los
salitreros a la autoridad provincial, con el fin de obtener su intervención.
Las solicitudes anteriores, habían fracasado en 1901, 1903 y 1904.
El gobierno de Santiago, había
dado ya la orden de traslado de tres regimientos para reforzar los dos que había
en Iquique y envió desde Valparaíso un crucero con tropas de desembarco.
El
intendente interino Julio Guzmán
García, mediaba en las negociaciones con los representantes pampinos, llegaron
al puerto el Intendente titular Carlos Eastman Quiroga y el general Roberto Silva Renard, jefe de la
Primera Zona Militar del Ejército,
acompañados del coronel Sinforoso
Ledesma. Todos ellos fueron recibidos con aclamaciones por los obreros, quienes
creyeron que venían comisionados para trasladarlos y solucionar sus problemas.
A
medida que avanzaba la huelga, más y más pampinos se unían a ella, llegándose a
estimar que para el 21 de
diciembre eran entre 10.000 y
12.000 los obreros en huelga en Iquique. A los pocos días de haber llegado,
este gran conglomerado de trabajadores estaban reunidos en la plaza Manuel Montt y en la Escuela Domingo Santa María,
pidiendo al gobierno que actuara de mediador con los patrones de las firmas
salitreras extranjeras (ingleses) para solucionar sus demandas. Por su parte,
los patrones se negaban a negociar mientras los obreros no reanudaran sus
actividades.
Órdenes
oficiales desde Santiago determinaban que los huelguistas abandonaran la plaza
y la escuela y se ubicaran en el Hipódromo, para luego regresar en tren a las
salitreras y reanudar sus faenas. Los pampinos se negaron, pues intuían que si
regresaban a sus labores, sus peticiones serían ignoradas.
Frente a la creciente tensión que
había ya entre los grupos, el 20
de diciembre de 1907 los
dirigentes efectuaron una reunión con el intendente Eastman. En esos mismos
momentos era declarado el estado
de sitio, haciendo que las libertades constitucionales fueron suspendidas, todo
esto por medio de un decreto publicado en la prensa. Mientras la reunión se
efectuaba en la oficina salitrera Buenaventura,
un grupo de obreros con sus familias trataron de abandonar el lugar y fueron
acribillados en la línea férrea. Como resultado de esta acción 6 obreros
murieron y los demás terminaron heridos.
El
21 de diciembre de 1907 se efectuaron los funerales de los obreros, e
inmediatamente después de concluir las ceremonias se les ordenó a todos los
trabajadores que abandonaran las dependencias de la escuela y sus alrededores y
se trasladaran a las casuchas del Club Hípico. Los obreros se negaron a ir,
temiendo ser cañoneados por los barcos que apuntaban el camino que deberían
recorrer hacia dicho lugar.
El
general Roberto Silva Renard, junto al coronel Ledesma, tenían la misión de
desalojar a los trabajadores en huelga. Se señaló a los dirigentes del comité
de trabajadores, que si no salían del edificio abrirían fuego contra ellos.
Ante la negativa de éstos, el jefe militar reiteró que abriría fuego sobre los
huelguistas. Pese a las amenazas reiteradas, sólo un pequeño grupo de
trabajadores abandonó la plaza.
A
la hora señalada por Silva Renard, éste ordenó a los soldados disparar a los
miembros del comité que se encontraban en la azotea de la escuela, quienes
cayeron muertos con la primera descarga. La multitud, desesperada y buscando
escapar, se arrojó sobre la tropa y ésta repitió el fuego al que se le añadió
el de las ametralladoras. La tropa, después de lanzar fuego graneado desde la
plaza, entró ametrallando por los patios y las salas de clase, matando mujeres
y niños sin clemencia. Los sobrevivientes de la matanza con posterioridad
fueron escoltados con sables hasta el Club Hípico, y desde allí a la pampa.
El número de
víctimas que dejó la matanza es discutible. En primera instancia, el informe
oficial del General Silva
Renard habla en un primer momento de 140 muertos, para
posteriormente ascender a 195. Ese es el número que otorga Nicolás Palacios testigo de la matanza. Sin embargo, esta cifra es
considerada irreal, dada la cantidad de obreros que se hallaban en el lugar. El
número más alto conjeturado ha sido de 3.600, aunque es considerado
especulativo. La cifra más aceptada es de cerca de 2.200. Pese a lo anterior, sea cual fuere el
número, al decir de Correa y otros, "nadie duda de la singular magnitud de la matanza".
El general Silva Renard informó
al gobierno de Santiago acerca de los hechos, minimizando su actuación y
haciendo responsable de los hechos a los huelguistas. El Congreso Nacional reaccionó muy tibiamente a estas
actitudes, ordenando crear una comisión investigadora, a la cual no se designó
a nadie y no realizó ninguna función. Recién los hechos fueron cuestionados e
investigados por una Comisión Oficial, la cual publicó un informe que comunicó
a la Cámara de Diputados en una sesión del 7
de noviembre de 1913.
La mejora de las condiciones de los obreros fue lenta, y no sería hasta 1920 cuando se empezaran a dictar las leyes sociales mínimas, tales como la de pago en dinero y jornada de trabajo. Por su parte, en 1914, el general Silva Renard, escapó malherido de un intento de asesinato por parte del anarquista Antonio Ramón Ramón, un español cuyo hermano Manuel Vacca fue muerto en la Escuela Santa María. El general Silva Renard moriría unos años más tarde a causa de estas heridas. La matanza sin embargo, no fue la última aunque sí la mayor sucedida contra trabajadores que protestaban en Chile, el historiador chileno Hernán Ramírez Necochea estima que entre 1901 y 1970 unas 15.000 personas murieron en enfrentamientos con carabineros y militares.